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CARTA BLANCA
Columna
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En el laberinto

Desconocemos qué monstruo puede esconderse en el laberinto del Brexit. Lo que el autor ve de modo inmediato es una disminución de sus posibilidades de movilidad y sociabilidad

DEAR MATTHIAS, ayer me acordé de la carta en la que, a finales de junio de 2016, nos contabas que en un congreso científico en Creta te habías enterado de que los partidarios del Brexit habían ganado el referéndum. ¿No es irónico que el resultado lo supieras en Creta, la isla del laberinto mítico? Sentí ganas de escribirte. Desconocemos qué monstruo puede esconderse en el laberinto del Brexit, ni qué sacrificios humanos habrá que ofrecerle para tenerlo contento. It all seems a bit macabre now, decías: “Ahora todo parece un poco macabro”.

Nos contabas que Cambridge, como la mayoría de las ciudades universitarias del país, era una isla de cordura (an island of sanity) donde la mayoría apoyaba el proyecto europeo. Y, tal como nos habías advertido, la calle donde íbamos a pasar unas semanas estaba llena, casa por casa, de carteles a favor de la permanencia en la Unión Europea. Seguían las discusiones. “Son tiempos interesantes”, dijiste. “Esperemos que nuestros políticos encuentren una solución positiva”.

El caso es que no encuentran la puerta por la que salir: nadie sabe cómo salir no ya de la Unión Europea, sino del Brexit mismo. Ni saben cómo salir, ni cómo volver a entrar, ni siquiera cómo seguir más o menos dentro. Ni los que ganaron el referéndum saben qué hacer con su victoria, ni los derrotados aciertan a administrar su derrota. Me gustaría volver a hablar contigo de estas cosas. Hablo con mis conciudadanos británicos en el pueblo costero donde vivo: ninguno quiere el Brexit. No sé si sabes que el 96% de quienes votaron en Gibraltar querían quedarse en la Unión Europea.

No sé mucho de geopolítica y sé poco de economía, y lo que veo en el Brexit de modo inmediato es una disminución de mis posibilidades de movilidad y sociabilidad, de vida y trabajo. Veo fronteras, aduanas, aduaneros, pasaportes, visados, policías, el inaccesible castillo de Kafka al fondo. Es sintomático que un punto esencial en el pleito entre Reino Unido y la Unión Europea se sitúe en la frontera entre las dos Irlandas o, por qué no, entre Gibraltar y España. Y no quiero pensar que la Unión Europea solo sea un shopping mall de tamaño continental con un banco omnipotente en el centro, ordenando el tráfico del dinero y las mercancías.

Pero quisiera comentarte algo que me viene a la cabeza mientras te escribo. ¿No es el Brexit síntoma de un malestar que desborda a Reino Unido? Parece que se extiende el fastidio de estar como estamos: destrucción de los derechos laborales, privatización del Estado, progresiva apropiación privada de los espacios comunes que compartía la ciudadanía, lo que yo llamaría thatcherpolítica, de eso sabes tú más que yo. La Europa unida se transforma en tecnoburocracia por encima de los Parlamentos, incluido el propio Parlamento Europeo con todos sus limitados poderes. Es como esas situaciones incómodas que no se sabe cómo evitar y en las que nunca se encuentra en qué postura ponerse. Espero tus noticias. Un abrazo. 

Justo Navarro es autor de Petit Paris (Anagrama).

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